Name: Sarbon Plaza
Address: Bakhowuddin Nakshbandi Street 16, Bujará, Bujará, Bujará, 200104, Uzbekistán
Rating: 6

Aire acondicionado

Recepción las 24 horas

Alojamiento para no fumadores

Calefacción

Check-in/check-out privado

General

Habitaciones para no fumadores

Servicio de habitaciones

Habitación familiar

Habitaciones

Servicio de planchado

Lavandería

Servicios de conserjería

Servicios e instalaciones

Restaurante

Comidas

Wi-Fi gratis

Acceso a internet

Internet

Senderismo

Recreación

Aparcamiento gratuito

Aparcamiento

Fax y fotocopiadora

Negocios

Menú infantil

Niños

Ubicación

En el hotel

Sarbon Plaza

Bujará

Bukhara Airport

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annex

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1-bedroom

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smoking

sauna

duplex

safe

mini-bar

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wi-fi

kitchen

3 noches en Bukhará nos invitaban a reservar un hotel más que decente. Combinando nuestras preferencias de que fuera uzbeco (no de cadena internacional), nuevo, bien situado y de precio razonable, dimos con este 3 estrellas. Desde luego su dueño y sus trabajadores eran uzbecos hasta la médula; las instalaciones se veían (en fotos) bastante nuevas; estaba a poco más de 1 kilómetro del centro de la ciudad y su precio (unos 400.000 soms por noche) era razonable para una habitación doble con desayuno. Llegamos a Bukhará pasadas las diez de la noche en tren desde Khiva, y nos pasó lo que nos ha pasado en todos los hoteles uzbecos: en vivo y en directo no se parecen en nada a las fotos de internet. Resultan más pequeños y mucho menos aparentes. Con esas precauciones (pensando incluso que el taxista se había equivocado de hotel) entramos y nos atendió un muchacho con muy escaso inglés que nos dio a entender que no tenía reserva alguna a nuestro nombre. Lentamente le mostramos de nuevo nuestra hoja de confirmación (en inglés) donde claramente se leía el OK para 3 noches, pero el poco espabilado joven solo sabía sonreir y decir que nanay. Ya eran más de las once de la noche (que allí es como si fueran las 3 de la madrugada de aquí; dato curioso y de agradecer: el taxista, al que le habíamos regateado en la estación de tren, se esperó todo el rato hasta que se solucionó la habitación, lo que le valió una generosa propina) y menos mal que accedió a llamar a su jefe, quien le debió decir que nos alojara al menos esta noche y que mañana, con luz diurna y más despejados, ya veríamos. Así que nos metió en una habitación no muy grande, en la planta baja y con unos ventanucos estrechos en lo alto de la pared que daban a un patio (como si fuera un sótano). No nos gustó nada el cuarto, pero no eran horas de ser remilgados, así que allí nos quedamos. Dos camas dobles con sábanas y almohadas aceptables, pero colchones duros (como en todo Uzbekistán). Una tv plana, alfombras y cortinas, pero al menos sin demasiados colorines. Un armario en la entrada, una butaca y una estrecha repisa para maletas donde no cabía ésta (así que al suelo). El baño fue lo más triste, pues tenía muy poca luz (aún así se veían bastantes desperfectos) y de la ducha (que era relativamente grande) no caía más que un hilillo de agua (al menos caliente) que resultó desesperante. Las toallas pidiendo un cambio por gastadas. Bien pasada la una de la madrugada y estando listos para dormir, nos pareció que íbamos en un avión, pues el ruido del aire (calefacción) era intenso cual Pratt & Whitney, las claraboyas de la pared venían a ser como las ventanillas de cabina y lo peor, la luz de la entradilla, aunque se apagó, daba un resplandor continuo e intermintente, cual la luz estroboscópica de las alas del referido aeroplano, que inundaba todo el cuarto de chispazos. Así que de dormir, nada o casi nada, y por si fuera poco a eso de las 5 de la madrugada (ya se podía ver amanecer, que aquí el sol sale muy temprano) empezamos a escuchar ruidos al otro lado del cabecero y es que, nuestro recepcionista, no dió la habitación pared con pared con el cuarto de desayunos y la cercana cocina. Así que fueron 4 horas de mal sueño que ni siquiera pudimos reparar con una buena ducha por la mañana. En todo caso a las 7 ya estábamos en la contigua sala de desayunos, donde la gastronomía local ganaba por goleada a cualquier desayuno occidental: muchos bizcochos y pasteles con muy buen aspecto, pero duros como piedras (a saber de cuando eran); el consabido té y un tazón con copos marrones que resultó ser una especie de Nescafé, pero para tomarlo con agua caliente, ya que no había leche, aunque si una especie de crema muy azucarada (como dulce de leche), pero fría y en pequeñas cantidades. Nada de zumos ni fruta. Solo huevos duros y requesón de muy fuerte sabor. Las tortas de pan debían ser coetáneas de los bizcochos (duras, vamos) y aunque si había mantequilla, no encontramos mermeladas ni miel. Vimos unas ollas con sopas y una fuente con un guiso poco apetecible. Así que los desayunos (a pesar del mucho ruido que escuchamos desde la cama) no resultaron a nuestro gusto. En los días siguientes, los bizcochos persistían (creo que los mismos) y aparecieron una especie de panqueques que pudimos tomar con miel (pero estaban medio crudos). A todo esto, nadie limpiaba las mesas ya ocupadas (cada uno quitaba lo que estorbaba y lo dejaba tras la barra, donde se supone que debía haber personal del hotel). Terminada la frugal pitanza le dijimos al mismo joven de la noche (que todavía estaba por allí) que nos cambiara la habitación "de la cocina" por una donde hubiera ventanas, algo más de espacio, agua en la ducha y a ser posible minibar. Tuvimos suerte pues antes de irnos una muchacha (que si hablaba inglés) nos invitó a subir al primer piso donde nos dió la llave de la última habitación del pasillo. Como en todos estos pequeños hoteles, no hay ascensor, así que escalera y maleta para arriba. El cambio, afortunadamente, fue a mejor. La habitación era más amplia (realmente una doble con sofá), tenía una gran ventana a la parte de atrás, muebles en muy buen estado, tv plana con algún canal en inglés, suelo de tarima (sin alfombras), un armario en condiciones, una mesita, asientos y un baño, muy parecido al otro, con pequeños defectos (un calientatoallas que no iba y la tapa del inodoro sin sujetar: en ninguno de los 4 hoteles uzbecos esta tapa dejó de estar suelta e inestable) pero con una ducha de la que manaba bastante más agua. Mejoraron las toallas (las sábanas, almohadas y colchones iguales), las luces y en general, la habitación. Y desde luego, al ser la última del pasillo, nada de ruidos. Un cuarto mucho mejor donde pasar los dos días que nos quedaban en Bukhará. Pero lo bueno no puede durar mucho. Cuando volvimos por la tarde y abrimos la puerta, vimos que la cama no estaba hecha, las papeleras llenas y el baño sin arreglar; en resumen, no habían hecho la habitación. Esta costumbre uzbeca (ya nos pasó igual en Khiva) no termina de entenderse. Volvía a estar el chico de la primera noche (muy poco resolutivo) que no entendía donde estaba el problema. Y tras mucho intentar convencerlo de que en los hoteles (especialmente los de 3 estrellas) las habitaciones se hacían a diario, no nos quedó otra que arreglar nosotros la cama y mal que bien, disponernos a pasar nuestra segunda noche en este extraño albergue. Lógicamente no habían repuesto las amenities ni las botellas de agua de cortesía (recuerdo que el agua del grifo no es recomendable); menos mal que somos muy previsores y siempre llevamos champú y gel en el equipaje, agua en la mochila y no somos de "tirar" las toallas al suelo, sino de preservarlas para segundos usos (somos de geografía de secano, donde el agua es un bien muy preciado) y por tanto pudimos ducharnos sin problemas. Al día siguiente pasamos la aventura del desayuno como pudimos y nos lanzamos a la calle a descubrir las maravillas de esta ciudad, que son muchas. Afortunadamente, enfrente del hotel (200 m hacia la ciudad) dimos con una magnífica pastelería, donde cada tarde parábamos y comprábamos unos surtidos de dulces por poco más de un euro toda la bandeja que se ve en fotos. Eso salvaba los desayunos de alguna forma. Pero de nuevo el Sarbon Plaza nos tenía reservada una nueva sorpresa. La mañana del tercer día (previa a la última noche) cayó una lluvia floja en Bukhara (aunque con un par de episodios fuertes de unos diez minutos cada uno), que, dadas las pobres infraestructuras de la ciudad (fuera del centro) encenagaron las calles no asfaltadas, que son muchas. Comimos tranquilamente y avanzada la tarde y viendo que seguía amenazando lluvia, decidimos volver al hotel a descansar y preparar nuestra salida para el día siguiente. Tras visitar la pastelería cercana, llegamos al hotel y aunque todavía quedaba luz natural (serían las siete) notamos algo raro al entrar. La penumbra de la recepción tenía su origen a que, debido a las lluvias, toda la manzana del barrio se había quedado sin electricidad. No nos pareció razón suficiente dado lo escaso de la lluvia, pero esa era la realidad: estábamos sin luz. y eso suponía no tener agua caliente, calefacción, minibar, TV, alumbrado (en todo el hotel, pues las luces de emergencia "brillaban" por su ausencia) y, especialmente, wifi (que iba bastante bien) para comunicarnos con la familia y amigos (hoy que, afortunadamente si nos habían hecho la habitación). Preguntado nuestro sonriente recepcionista nos dice que no sabe cuando volverá la energía eléctrica. Aunque es una contigencia que se puede dar en cualquier parte y de la que el muchacho no tenía culpa, el cúmulo de "malas praxis" experimentado en este hotel desbordó el vaso de la paciencia. Viendo que aquello iba para largo le pedimos al menos una vela para iluminar el cuarto, cosa que resultó de lo más romántico, pero las perspectivas no eran buenas. Le dije que llamara a su jefe a ver si podía enterarse de hasta cuando sería el corte, y tras varios intentos nos dijo que a las 21:30 volvería la luz. Eso sería ya noche cerrada. A unos 100 m. a nuestra derecha se alzaba un verdadero hotel de 4 estrellas, lleno de Mercedes negros y guardaespaldas con pinganillo, al que no afectaba el corte de fluido eléctrico. Pregunté en el "Zargaron Plaza" si había una habitación libre para esa noche y me dijeron que estaba todo lleno (algún ministro y sus invitados andaban por allí). Cabizbajo y entre la llovizna volví a nuestro hotel donde le dije al joven de siempre que advirtiera a su jefe que se moviera, porque en el 4 estrellas me guardaban, hasta las 22 horas, una suite de 150 dólares que, por supuesto, pagaría su jefe. Algo debió razonar el joven, pues se pasó la siguiente media hora con el teléfono en la mano. Volvió a decirme que la luz volvería como mucho a las diez de la noche. La verdad es que resultó patético ver como la manzana de nuestro hotel era una "cueva negra" rodeada de millones de luces (comercios, restaurantes, hoteles, anuncios y luces de adorno...). Justo al lado, había otro pequeño hotel en idénticas condiciones y un restaurante japonés de cierto nivel donde sacaron a los comensales a cenar a la calle a la luz de las velas. La nuestra ya era solo un tímido cabo al que no le quedaban muchos minutos. Dieron las nueve, y las nueve y media. Y faltando minutos para las diez, el milagro se hizo: volvió la luz a nuestra manzana (aunque se fue en la de al lado...¡qué cosas!). Así pudimos pasar nuestra última noche en el Sarbon Plaza y degustar nuestro último "no desayuno" al día siguiente. A la hora del check-out y dado que el hotel estaba reservado pero no pagado, y que, como en todo Uzbekistán, se paga en efectivo y en momenda local, le dije a la recepcionista que quería hablar con su jefe porque de 3 noches, ninguna había sido "normal" (la primera, en el zulo sin agua; la segunda, haciéndonos nosotros la cama y la tercera, con varias horas a oscuras y sin servicios), a fin de proponerle un descuento en la factura. A los pocos minutos se personó el encargado y tras dialogar  tranquila y educadamente, me pidió que le sugiriera un nuevo precio por las 3 noches. Yo le planteé pagar el 50% de la factura y él, realmente proactivo, me dijo que si me parecía bien pagar 2 de las 3 noches, a lo que, pareciéndome razonable, accedí. En resumen, un hotel pequeño, céntrico y nuevo, pero con un servicio muy discreto y unos desayunos hechos para estómagos uzbekos. Las fotos colgadas con de la segunda habitación. ¿Hotel recomendable? Si nos gusta la aventura y no nos importa conjugar una buena noticia con otra mala de forma continuada: SÍ.

Sarbon Plaza

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